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Pautas de crianza

Por qué son buenos los límites

Los niños construyen su subjetividad a partir de los primeros vínculos y es por ello que la adquisición de límites,

debe remitirse y pensarse como un proceso de construcción vincular.

Los límites nos marcan a todos, por el sólo hecho de estar inmersos en la cultura y se nos transmiten de manera implícita y explícita.

Son una referencia, un marco de contención, una guía, que le indican al niño/a qué se puede o se debe hacer y qué no, son reglas que ordenan sus comportamientos

y le permiten una mejor percepción de la realidad, al reconocer lo incorrecto de lo correcto. Los límites además le brindan al niño/a la oportunidad de pensar,

de tomar la iniciativa y buscar soluciones. Asimismo, favorecen el desarrollo de la identidad y fomentan la autonomía.

Cuando un niño aprende a hablar, también está aprendiendo a respetar límites, ya que la adquisición del lenguaje implica la aceptación de códigos y reglas.

Establecer límites no significa emplear castigos, ser severos o autoritarios, por el contrario, implica entender cómo se desarrolla el vínculo temprano y qué necesita un niño pequeño para crecer saludablemente.

Es, en primer lugar, una responsabilidad de todo padre y de toda madre, implica tomar una posición frente a la actitud del niño,

renunciar a esa persona ideal y a los propios deseos de ser siempre buenos, es superar el temor a perder el cariño del hijo/a y tolerar que el niño manifieste su desagrado.

Los límites si son adecuados, tienen que ver con la autoridad (no con el autoritarismo), si se actúa con serenidad pero con firmeza para que el NO sea no y el SÍ sea sí,

sin que medie el “quizás”, se le estará brindando al niño/a la protección adecuada.

Si los hijos se consideran más fuertes que los padres será imposible que se sientan protegidos por ellos.

Será necesario por otra parte, establecer una cantidad adecuada de límites, dado que la experiencia demuestra que quienes tienen mayores dificultades para enseñarles a sus hijos,

son aquellos que limitan demasiadas conductas intentando formar un niño perfecto.

Cuáles son los primeros límites

A partir del nacimiento, el bebé se separa físicamente de la madre, lo cual constituye un hecho biológico, concreto y observable,

pero que no coincide con la separación en el terreno psicológico y emocional, que se desarrollará paulatinamente.

De hecho, el bebé no se reconoce como un ser separado de su madre.

Estos primeros límites que se establecen entre la madre y el bebé, serán el comienzo de un largo proceso de individuación y crecimiento,

al tiempo que irán delimitando un contorno que le permitirá al niño una mayor organización, le darán seguridad,

y le permitirán adaptarse mejor a las normas y límites sociales en su vida social y adulta.

Es importante que el niño transite experiencias de placer y displacer para que se vuelva activo con el mundo,

dado que aceptar un límite es tener capacidad para tolerar la frustración , lo cual significa, postergar el deseo o bien desplazarlo,

para buscar una satisfacción socialmente permitida en otra cosa o en otro momento. Los deseos siempre satisfechos implican la muerte del deseo que es el motor de la vida.

Por ello cuando un deseo no logra satisfacerse, el niño puede continuar deseando.

La tolerancia, la espera y la frustración, construidas en el espacio con la madre facilita: la capacidad de estar a solas, la creatividad, la percepción de la realidad y la exploración del mundo.

El grado de autocontrol y de tolerancia a la frustración está muy relacionado con la capacidad de la familia para hacer respetar su autoridad.

Si después de un NO los padres ceden, o lo que es peor aún, se contradicen frente al niño, permitiendo lo que antes habían prohibido, serán ellos mismos quienes se desautoricen.

Y una vez más, será el ejemplo que le darán a sus hijos, y el modelo en base al cual ellos se irán formando.

Un adulto que no logra poner un límite con firmeza, se enfrentará con un niño insatisfecho, cuyas demandas irán en aumento.

Cuando la frustración es continua y no logra encontrar fuentes alternativas de placer, hace brotar la agresión;

en cambio el niño que tiene varias fuentes de placer puede encontrar substitutos ante la frustración.

¿Cómo debe ser un límite?

Coherente: aporta seguridad y confianza al niño porque así conoce exactamente cuáles son sus límites; en donde podrá jugar, explorar y aprender.

Positivo: en lugar de decirle lo que NO debe hacer, lo mejor es siempre insistir en lo que SÍ se puede. De ese modo además, le brindamos seguridad.

Participativo: si el niño participa del establecimiento de las reglas podrá sentirse más responsable de ellas y tendrá mayores intenciones de cumplirlas.

Concreto: las indicaciones deben ser claras y explícitas para que el niño pueda comprenderlas. Así podemos pedirle “que guarde sus juguetes”,

“que se lave las manos”, pero no “que se porte bien”.

Optativo: no se trata de un abanico de posibilidades, sino respetando las características anteriores, dar opciones del tipo «¿Prefieres el pantalón rojo o verde?

Sin embargo, es fundamental tener presente que los niños hacen y dicen lo que ven y escuchan, por lo que, cuando pegan,

agreden o desobedecen es importante preguntarse, primero, si no es así como reaccionan los padres mismos con él.

Respetuoso: Lo que se debe LIMITAR en todos los casos es la CONDUCTA,

NO los sentimientos que la acompañan. Los LÍMITES deben fijarse siempre de manera tal que no afecten el respeto y la autoestima del niño.

Se trata de poner límites sin que el niño se sienta humillado, ridiculizado o ignorado.

No se trata de descalificar al niño sino, de desaprobar su conducta haciéndole saber que el amor hacia él sigue siendo el mismo.

Los niños necesitan sentirse aceptados incondicionalmente, eso ayudará a desarrollar seguridad y confianza en sí mismo y en los demás.

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por medio de programas personalizados según las etapas de la vida de las personas.


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fuente: Materna